martes, 26 de junio de 2007

Mi por qué de las Mariposas

Vos que estás leyendo... alguna vez te preguntaste ¿por qué lo que uno siente en la panza cuando se "enamora" son mariposas?
Para comenzar el desarrollo de mi teoría, debo confesar que nunca fui muy amiga de ellas. Definitivamente me recordaban al amor y los corazones y toda la cursilería que acompaña al enamoramiento: las malditas tarjetas de "San Valentin" (todavía no entiendo ni qué se festeja ese día), las flores, los bombones y todos los clissés que puedan asociarse. Infantilmente creía que mi deber era hacerle entender al mundo que el amor NO está bueno. Que la gente no es feliz, que la vida no es linda y que la amargura no tiene fin. Vivía cada uno de mis días creyendo que "cada alegría no era más que un olvido momentáneo de la tragedia escencial de la vida" hasta que, lógicamente, me enamoré.

Me enamoré de verdad y comprendí que lo que entendía por amor no lo era. Y recién ahí empezaron a caerme todas las fichas (me sentí como un tragamonedas del casino cuando alguien se saca el premio gordo).

No voy a ocupar este espacio discutiendo los pormenores o el final de mi "perfecta" historia de amor. Supongo que si leyeron bien entenderán que, desde el momento en que hubo un final, mi historia no era tan perfecta como parecía.

El punto es que empezaron a gustarme las mariposas. Esos bichitos alados (insectos, en realidad) que viven, según la enciclopedia (http://es.wikipedia.org/wiki/Mariposa), el tiempo necesario para asegurar la reproducción.

Lo que quiero decir y no estoy diciendo es, en realidad, que creo haber descubierto el por qué de las malditas invasoras estomacales.

Las mariposas son sinónimo de cambio. Pueden pasar de ser unas larvas horrororas a convertirse en un espectáculo para la vista.

La cuestión es que el amor también nos cambia. A veces para mejor, a veces para peor, pero cambiamos. El amor nos vuelve vulnerables, sensibles, egoístas y al mismo tiempo extremadamente generosos. Nos entregamos completamente pero sin dejar de esperar lo mismo del otro. Nos vuelve hasta idiotas, frágiles. Nos hace creer que sin el otro no somos nada, que nada puede ser igual desde el momento en que este "alguien" pasó por nuestra vida. Y nos transforma la mirada. Las cosas que antes podían molestarnos ya no cuentan, los días de sol son maravillosos y los de lluvia mejores todavía y el despertar a la mañana al lado de ese que nos da sentido nos hace felices aún cuando nos espere un día de trabajo eterno. Incluso a veces logra que nos mantengamos despiertos sólo para no perdernos del placer del otro cuerpo abrazado al nuestro.

Pero las mariposas viven poco. Vuelan hacia el fuego y se queman. Van hacia la luz pero no vuelven. Y está perfecto! De eso se trata también el amor. De arriesgarse, de quemarse una y otra y otra vez pero siempre volar hacia el fuego. Porque algún día, como resultado de la selección natural, las mariposas van a ser resistentes y ya no se van a quemar. O a lo mejor van a aprender a no acercarse tanto a la llama y vivirán una eternidad abrigadas por ese mismo fuego que las podría haber quemado. O a lo mejor por otro. O quizás el fuego al que se dirigen se apague a mitad de su camino y, a pesar del miedo frente a lo nuevo, a pesar de sentirse vacías, inservibles, devastadas, cambien el rumbo y encuentren un fuego nuevo.

Las Mariposas son sinónimo de cambio. Cambiemos como las Mariposas. Vivamos como las Mariposas.

1 comentario:

Hal9000 dijo...

bueno karito hoy volví a leer este ensayo y me encanta. Por lo que saco de tus palabras y tus ideas pensamos en varios asuntos de manera parecida.
Por momentos el amor puede ser lo mejor que te pasó en la vida, y otras veces desearíamos ser un freezer para no pasar por los golpes que solemos recibir cuando te brindas tanto por alguien.
Que hay que hacer entonces? mmm...difícil, creo que hay que ser fiel a uno mismo y a lo que dicta el corazón que tarde o temprano las cosas saldrán bien.